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HACERSE MAYOR

Me parece interesante el proceso por el que pasa un adolescente cuando dándose cuenta de que la infancia va terminando, se siente mayor, libre, pseudo-adulto y amo y señor de su cortita y tierna vida. Y al mismo tiempo llora la etapa pasada donde todo era solucionado por sus “magníficos “ e idealizados padres.

Mami, que mayor me siento ¡! Pero que nervios me dá sentirme tan mayor y responsable de mi vida y de las cosas que voy decidiendo” se sinceraba mi hijo con 17 años cuando a los albores de la mayoría de edad, él mismo se daba cuenta de la etapa que iba cerrando y la nueva en la que se iba iniciando.

Maravillosas apreciaciones de un joven adolescente con ansias de crecer y hacerse mayor.

Y es que en el proceso de crecer y madurar anda intrínseco el proceso de duelo, de cerrar etapas y acercarse, paso a paso, al final. No como desaparición total sino como desaparición, o diria yo, como finalización, término y cierre de vivencias queridas, etapas conocidas y ciclos de vida que nos ayudan a transitar por ésta a hasta que, llegando al final, podemos acercarnos a la muerte, habiendo vivido la vida.

Y en todas estas etapas , ciclos, crisis, vivencias, duelos, pérdidas y transformación anda intrínseca la muerte, el final y la soledad de sabernos limitados y finitos.

El ser humano ante ello, suele dar la espalda al sufrimiento, corriendo en dirección contraria a la adecuada. Ante la impermanencia del ser humano la mejor manera de vivirla es aceptarla y abrazarla.

Hacerse mayor, tiene connotaciones especiales cuando , a partir de la mediana edad, se empieza a entrever la caducidad de nuestras vidas.

La finitud de las mismas y el azorado sentimiento que surge en la década de los cincuenta de pasar revista a la vida vivida. Numerosas separaciones matrimoniales se producen en esa etapa, con las correspondiente búsqueda de nuevas parejas que nos acompañen hasta el final de nuestra vidas.

Llegada la década de los sesenta con el inicio de muchas jubilaciones del mundo laboral y la llegada, a veces, del rol de abuelos y abuelas nos situamos ante otro paradigma, rol, función o ciclo vital en el que nos alejan de la primera línea; la del mundo laboral y la del ámbito de la crianza familiar.

Pasamos a ser tiernos espectadores de cómo les va a nuestros hijos y a estar en la retaguardia que da la experiencia de haber pasado y andado , antes que ellos, por esos caminos y vericuetos que la vida nos presenta.

Hacerse mayor y disfrutar del proceso que nos brinda la reflexión de la experiencia que, cada quien ha tenido en la vida, es un lujazo digno de ser vivido con alegría cuando nos llegan los setenta y setenta cinco años.

Sanos, jóvenes, con mentalidad abierta y creativa veo personas de 70 largos años con maravillosa calidad de vida que les hace dignos de ser envidiados por gente más joven.

Cuando la vida llega a su final constatamos que, la biografía de uno es el mayor tesoro que nos llevamos con nosotros; la historia vivida, pensada, reflexionada, sufrida, sentida, nombrada, hablada, narrada.

Sabemos que no todos llegan con esta calidad de vida y la enfermedad empieza a aparecer por el camino, a apoderarse de nosotros, a negociar con nosotros, a jugar a un juego del escondite, a veces, perverso y malintencionado.

La enfermedad nos hace parar. Obliga a cuidarse, a tener cuidado de uno mismo, a veces, largamente y tediosamente descuidados.

Hacerse mayor, al otro extremo de la vida, es agradecer haber transitado por el camino que, lleno de piedrecitas, montañas infranqueables, agujeros predecibles o caminos asfaltados de fácil recorrido, nos ha brindado la vida.

Hacerse mayor, al otro extremo de la vida, es agradecerle a ésta la capacidad de habernos brindado un viaje acompañados de personas maravillosas que nos han hecho vibrar, reir, llorar de amor y pasión; otras que han estado por un ratito a nuestro lado, muchas que nos han vitoreado a nuestro paso y algunas, pocas, con las que llegamos de la mano, al final de nuestros días.

Feliz domingo ¡! Deseosos de vida ¡!!

Barcelona, 9 Octubre 2022

 

 

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