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HAMBRE DE PIEL

Porque somos seres matriciales y necesitamos el contacto piel a piel para nuestra maduración neuropsicológica.

Porque es lo primero que tras el parto, siente el bebé al nacer; del contacto intrauterino con su madre, al contacto de la piel de su pecho y de sus brazos.

Porque  en la dermis se encuentra el sentido del tacto que nos orienta y nos informa como dice el neurólogo Restak, el contacto resulta tan necesario para el desarrollo del bebé como el alimento y el oxígeno.

Se trata de una necesidad primaria del ser humano, como el afecto, las caricias, el reconocimiento y el respeto por la propia individualidad. Estas necesidades no deben negarse, porque eso produce sufrimiento. La piel reclama ser tocada para sentirse viva: una caricia puede ser balsámica, un abrazo reconforta. Si no es nutrida, tocada, explorada y sentida, reacciona !

Y no solo en la tierna infancia. Al nacer, es básico. Al morir , imprescindible. Y a lo largo de la vida es in-humano sentirnos carentes de afecto y mimo. Con la pandemia por el maldito virus, al ser humano se le ha negado lo más humano. El reconocimiento del otro a través del tacto; del buen trato próximo y cercano; de la calidez de sentirse reconfortado por la existencia próxima y segura de un otro que le legitima como ser humano.

La senectud y la vejez libres de prejuicios y estigmas por la edad, ha visto reducidas las visitas de familiares y aumentada su soledad y aridez relacional. Escondidos tras mascarillas que incomodan el reconocimiento del otro, hemos distanciado y recluido a viejos y mayores a sus habitaciones residenciales o a sus hogares particulares. Los menos han muerto, solos, (des)acompañados de la mano, la ternura, la compasión y el sentimiento profundo de sus seres queridos.

Y estos se han quedado con el frio en la piel y una profunda tristeza huracanada que invade el alma, sin poder (des)pedir a su ser estimado y acompañarle en su final que también, es el final de quien queda aquí desolado y desalmado.

En estos tiempos de pandemia y estados de alarma coercitivos de derechos y libertades también nos han recortado la expresión de sentimientos, emociones y comportamientos humanos. Y eso duele, es brutal ¡ dejándonos como dice Leal descarnadamente en nuestro estado esencial de vulnerabilidad y  haciendo emerger la olvidadiza pero imprescindible necesidad del otro para aminorar la intemperie en la que estamos sin él.

Miedo al otro y necesidad del otro a cualquier edad y condición. Con 6 años, 46 o 96 años necesitamos sentirnos seguros y protegidos a la vera de nuestro otro humano, necesario y necesitado también de amor y sosiego. Y con la necesidad de apego y de proximidad, el miedo al brote. Ponemos en práctica minuciosos atrevimientos de conquistar y reconquistar cuotas de relación con el otro y ahí están , al acecho, los nuevos brotes. El rebrote de contagios y de datos fiables o no y el rebrote de la culpa, el miedo y el pánico que nos paraliza y nos castiga secreta y despiadadamente.

De nuevo, nos distanciamos hasta obtener mayor seguridad en nuestros intentos frustrados de conquista y seducción relacional. Sentimientos ambiguos invaden de nuevo las calles. Quien ha tenido pérdidas cercanas o ha sufrido la enfermedad no está saliendo de casa. Para ellos el miedo está presente en la calle, fuera del ámbito de confort y control que da el hogar. Para los que han mantenido la salud y a sus seres y amigos queridos las ansias de vida, contacto y expresión de sentimientos de vida, llena las calles, los parques y las playas. No sin miedo al contagio, sí con ansias de con-tacto.

¿Cómo tendremos que hacer para combinar el hambre de piel con el tedioso peso de la culpa y el miedo? ¿Cómo conquistar el abrazo del otro sintiendo miedo del otro? ¿Cómo darnos sin perder? ¿Cómo amar sin miedo a matar?

 

Barcelona, 13 de junio 2020

 

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