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RESIDENCIA, ¿SI O NO?

Dolores le dice a su hija:

– Cielo, qué hago yo en esta residencia ?

– Pero mamá, cómo que qué haces en esta residencia ? pero si hace una año que estamos haciendo los papeles juntas y que vinimos con Antonio y Pedro a verla y a todos nos pareció perfecta para ti.

La Sra. Dolores mira a su hija con cierto desprecio y le dice:

– Al final, has conseguido deshacerte de mi.

– ¡¡Mamá!!! Le medio grita, María, su hija mayor y a quien le parece increíble estar presenciando semejante situación.

-¡¡Mamá !! ¿qué quieres decir con deshacerme de ti ? ¡¡mamá!! Pero si estoy aquí, justamente, contigo, en la residencia, viniéndote a ver cada domingo porque queremos, tus hijos y yo, que estés bien. Bien cuidada y bien alimentada, bien atendida y con la medicación controlada.

-Mamá, ¿de verdad no sabes qué estás haciendo en la residencia o es que no te gusta y te quieres ir ?

-Hija, le dice Dolores, con lágrimas en los ojos, mejor seria que Dios se me llevara…

Vivimos en un momento histórico en que raramente, nuestros mayores viven y mueren con la familia extensa , en casa. Si bien, hace cincuenta años, era muy frecuente que las tres generaciones coincidiesen en la misma casa y unas, las más jóvenes, vieran morir a las más viejas, ahora, tenemos un modelo relacional en el que las diferentes etapas de la vida se viven en diferentes domicilios y en diferentes unidades de convivencia. Alejando así, el proceso de envejecer de unos y otros y aislando la muerte de nuestros ancianos, del resto de la família.

Cuando el proceso de envejecimiento reduce drásticamente las capacides personales para llevar a cabo las actividades de la vida diaria (higiene personal, alimentación sana, actividades de ocio, deporte, seguimiento de la medicación, etc) se hace imprescindible, empezar a valorar la entrada a una residencia.

Este proceso es francamente doloroso para familiares y gente mayor. Los unos porque nuestra cultura y forma de vida mediterránea, históricamente anclada en la unidad familiar y en los lazos relacionales que ofrece el vínculo afectivo, provoca unas vivencias de desgarro y desapego de las relaciones personales, en cuanto se valora que los padres vayan a vivir a una residencia.

Los hijos e hijas suelen vivir con culpa y tristeza el valorar que los padres (uno o los dos) vayan a vivir a un centro residencial.

Hay un mensaje velado culpabilizador y negativo que “se saca a los padres del domicilio familiar”. Las hijas, que generalmente son las que asumen, todavía, los trámites burocráticos que se necesita realizar para conseguir plaza, pública o privada, en un centro residencial, viven con auténtica amargura unas decisiones que suelen venir exigidas por la pérdida de autonomía y el elevado nivel de dependencia del padre o la madre, hacia los cuidados que necesita. Hay situaciones individuales y familiares, que hace que sea verdaderamente imposible,  mantenerles viviendo en el domicilio familiar.

“Ni con una cuidadora privada, ni con seis !!! hay que pensar en un centro residencial para que cuiden a mamá”. – les decía María a sus hermanos.

Estos asintieron con la cabeza pero le delegaron a María los trámites burocráticos y delegaron en ella, el peor de los tramites, decírselo a mamá.

¿Qué ocurre con nuestros mayores ? Ellos van cumpliendo años y en el mejor de los casos, van manteniendo su salud física, mental, relacional y emocional.

Pero es importante poder hablar de la pérdidas físicas, mentales, relacionales y emocionales que se producen a lo largo de toda la vida en cualquier conversación banal y frívola que podamos tener a lo largo del dá; es importante mostrar el deterioro de la persona mayor con respeto y tacto cuando hablamos con nuestros nietos, hijos, vecinas y amigos. Es importante hablar de las pérdidas que lleva intrínseca la vida, con mayor normalidad, como si de algo más natural y real, se tratara. Porqué perder capacidades, envejecer y enontrases con la vulnerabilidad y la fragilidad propia de la vejez, es de lo más normal, cierto y real que le puede pasar y le pasa, al ser humano.

Pero lo negamos, tapamos y maquillamos como si se tratara de una muñeca Barbie, eternamente joven, eternamente capaz, eternamente atemporal.  Y no, queridos lectores y lectoras, se trata del ser humano y de su más linda evolución hacia el final de vida.

En todo el proceso de envejecer es muy importante darle un lugar a la pérdida, al deterioro, a la dependencia y a la muerte como un proceso natural del ser humano. Vivimos en una sociedad en la que se alaba la juventud y el éxito y esas dos construcciones quedan acotadas a uns 10 o 15 años de la existencia del ser humano.

Vivimos en una sociedad y en un trocito de mundo en el que se oculta la vejez y la muerte, justamente en un momento histórico en el que tenemos más personas centenarias que nunca, en la historia de la humanidad.

Y a la Sra. Dolores lo que le ha ocurrido es que a pesar de que ella ya se daba cuenta, desde hacia muchos años, que iba envejeciendo y ganando dependencia de sus hijos y familiares, no lo hablaba, no lo compartía y no lo socializaba.

Y cuando lo que se sufre, no se habla, queda reducido a la expresión del dolor y a este tipo de dolor, yo le llamo “dolor humano”, “dolor del alma”, dolor de corazón” porque la persona mayor lo siente, pero no lo expresa por miedo. Miedo a que al hablarlo y narrarlo pase a ser sentido de corazón, a sentirlo con mayor intensidad y esa intensidad, desconocida por ellos mismo, les da aterra sentirla. Se acongojan de sus propias palabras, de reconocerse en el relato y de dolerse de su propio proceso de envejecimiento y de final.

Y a la vez, no lo expresan por y para no herir los sentimientos de sus hijos e hijas, a quien no quieren dar la responsabilidad de cuidarles hasta el final. Hijos e hijas que, posiblemente, también lloren el proceso de vulnerabilidad, fragilidad y decrepitud por el que ven pasar a sus padres. Tambien lo lloren en silencio, a solas y cuando nadie les ve.

Así pues, unos y otros lloran el proceso de envejecer. Unos y otros, callan semejante dolor interno. Unos y otros evitan darse la mano en la etapa que más se necesita el calor humano, el cariño, el amor y la com-pasión: la vejez y el final de la vida.

Y este dolor no hablado y no compartido puede salir en forma de mil quejas. Una de ellas, la que expresa la Sra. Dolores quien, después de estar un año haciendo los trámites burocráticos para entrar en un centro residencial, se dan cuenta, madre e hija, que no han hecho los trámites emocionales que deberían acompañar a las gestiones administrativas realizadas.

La Sra. Dolores no se ha ido despidiendo de su domicilio, de su casa, su vecindario, sus vistas desde la ventana, sus olores a comida , sus paseos por el barrio, etc y su hija, María, no entiende nada.

La vida es dinámica hasta el final de nuestros días, y actualmente, durante los últimos veinte años de existencia del ser humano, este tiene que pasar por más enfermedades, intervenciones quirúrgicas , pérdidas de amigos y familiares y de domicilio que antes.

Por tanto, será importante ir hablando de todos los procesos de duelo, unos importantes (pérdida del cónyugue, de amigos, de salud, etc) otros pequeños e íntimos (dejar de conducir, dejar ciertos deportes, dejar de viajar, dejar la lectura, dejar de pasear, aceptar el bastón, aceptar los audífonos, aceptar el andador, etc,) todos ellos diferentes y muy significativos para cada persona. Procesos de duelo que debemos ir haciendo durante la larga etapa de la vejez, para que no sobrevengan como desconocidos incómodos y de difícil trato, a los que no habíamos invitado al final de nuestros días. Démosles un lugar y agradezcamos su presencia, ya que elaborándolos en la medida que cada uno pueda, damos lugar al reconocimiento más íntimo de la fragilidad del ser humano.

Y eso, nos hace más fuertes.

Para todas las hijas e hijos que estan cuidando a sus madres y padres mayores.

Barcelona, 9 de diciembre 2022

 

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