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DESENPOLVANDO VIEJAS ACTITUDES

Desértico, desmotivado, desinteresado, deshumanizado, adjetivos todos ellos que rondan y merodean los servicios comunitarios tras las vacaciones estivales.

Sigue el miedo, sigue el desconcierto y sigue la confusión.

Seguimos sin tener nada claro.

Medidas de seguridad vitales, de higiene, protección y distancia. Pero nada claro.

Por fin abren los colegios y los niños y niñas pueden ir a sus escuelas, ver a sus amigos y a sus maestros. Jugar, reir, cantar, saltar y chillar.

Hay quien define que nos han puesto a todos el “bozal”. También a los niños , jóvenes y adolescentes. Este curso no van a poder castigarles por hablar demasiado porque no se puede y porque con lo inhibidos que estamos todos y todo nuestro mundo relacional, hablar, quizás es lo de menos….

Me pregunto yo por los profesionales, desmotivados y desganados, ante tanta barrera física que quiebra cualquier intento de contacto emocional.

Ya vamos para siete meses con este tipo de medidas como para no adaptarnos. Me pregunto si son resistencias al cambio o al duelo por el que tenemos que transitar los profesionales de lo social y lo comunitario, para encontrar otro modelo de atención directa que nos permita atender al otro.

Un modelo asistencial que combine las miradas de aliento y complicidad que se intuyen tras la mascarilla con las sonrisas, hoy veladas por la opacidad del tejido protector o las lágrimas, que igualmente escondidas, humedecen visiblemente los ojos de nuestro interlocutor.

Y es que estamos en un momento histórico que debemos superar un gran reto. El miedo al otro, ante el deseo del otro. Sin tocarnos físicamente pero sin abandonarnos a la desidia relacional. Con la alegria del encuentro, el temor  al contagio, la prudencia ante la presencia de un otro que genera desconfianza. En fín, el respeto por el deseo nuestro de establecer relación con el otro.

La empatía con el otro empatizando primero, con nosotros mismos.

Conectando con nuestras propias dificultades, nuestros esfuerzos y contradicciones por trabajar con calidad y humanidad. Por inventar estrategias de vínculo desde la distancia física o telemàtica, desde una proximidad càlida y amorosa que, a veces, incluso puede llegarnos a dar una imagen congelada.

Humanidad viene de “humus”, tierra, lo básico, lo que nos nutre y nos dá la identidad de ser humano. Nuestro suelo, nuestro habitat, nuestro alimento.

Y el miedo, si es para mantener la especie, es necesario para la supervivencia humana; si es para controlar a la especie, paraliza y amedrenta a los humanos. Les deja sin capacidad de pensar, reflexionar y crear. Y sin estas cualidades , también humanas, hay peligro de extinción de una necesidad básica: ayudar al otro y ser ayudados. Cuidar al otro y ser cuidados.

Porque en la proximidad, en el contacto emocional, en el tacto por descubrir las necesidades del otro está la verdadera esencia de la ayuda y el cuidado.

Y desde el temor, la confusión y la duda es difícil calmar la ansiedad del otro.

Desde la restricción emocional, el aplanamiento relacional y el trato descarnado de sentimiento es complicado establecer vínculos que permitan acoger y abrazar el desasosiego del otro.

Pero a pesar de las dificultades del momento actual, los profesionales de lo relacional sabemos algo de duelos, conocemos y vivimos las pérdidas y entendemos de desalientos y malestares humanos.

Conocemos el porqué de esta situación desalmada y violenta; sabemos, que de transitarla, saldremos con más instrumentos personales y relacionales para seguir con nuestro trabajo de ayuda.

Y sobre todo, porque conocidas las pérdidas que estamos sufriendo, sabemos y vislumbramos a qué tipo de oasis relacional y emocional queremos llegar. Sabemos qué aspectos podemos transigir y qué otros, de riqueza humana, no vamos a transgredir.

Responsabilidad, calma y profesionalidad para tiempos de inestabilidad e incertidumbre económica, dificultades relacionales y paradigmas sociales.

Barcelona 17 de septiembre de 2020

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