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SEPTIEMBRE BORROSO

Iniciamos el regreso al trabajo después de un descanso estival, más que merecido y me doy cuenta, con tristeza y preocupación, que ciertos colectivos no han podido regresar a sus actividades diarias y cotidianas.

Cierto aire de institucionalización, coerción, vulneración de derechos y recorte de libertades hay en algunas actitudes institucionales.

Miedo al virus. Mucho.

Todos tenemos miedo a infectarnos, a contraer la enfermedad, al contagio y a contagiar. Todos tenemos miedo al otoño que viene con sus catarros habituales , gripes, fiebres, alergias y las enfermedades propias de la estación.

Pero más miedo me da, perder libertades y derechos humanos que no sabemos si van a volver en alguna u otra estación.

Que no sé si la población sabe que los están recortando y que no veo posicionamiento alguno respecto a estos temas esenciales y fundamentales del ser humano.

Y lo más preocupante de todo es que no se ven actitudes críticas ni de reflexión. Y cuando la población obedece sin más, no piensa, no reflexiona, no se cuestiona y no cuestiona; no crece, ni madura.

Entre el colectivo de personas con problemas de salud mental , históricamente estigmatizadas y alienadas en instituciones manicomiales que les mantenían recluidos y alejados de la sociedad se están dando situaciones difíciles de aceptar.

Si vives en un ámbito residencial o compartiendo tu casa con otros enfermos no puedes salir a hacer tus actividades diarias y cotidianas con la comunidad. Las residencias, recursos de puertas abiertas que acogen libremente a personas adultas, libres (incluso las que tienen ciertos ámbitos de su vida protegidos por un tutor o curador) son libres y con capacidad de opinión y decisión, no están permitiendo que sus residentes hagan vida comunitaria, entren y salgan del equipamiento residencial y acudan a los clubs sociales o a servicios y programas de la comunidad.

Algunos de los lectores dirán que ocurre lo mismo que en las residencias geriátricas donde se confinan a las personas en su habitación ante la presencia de un contagio positivo. Con la diferencia de que en los equipamientos de salud mental ha habido poquísima incidencia de contagios por covid-19 y en cambio muchísima incidencia de reacciones autoritarias, coercitivas y de reducción de los derechos y libertades de estas personas.

Pensemos que es un colectivo que con mucha lucha, sudor y esfuerzo por parte ellos mismos, sus familias y los profesionales que no dejamos de luchar y defender los derechos humanos, estaban comenzando a conseguir visibilidad social, normalización de sus diagnósticos y presencia en primera persona en ámbitos de decisión política.

Vigilemos que las consecuencias éticas y sociales de la presencia de un bicho microscópico no vayan a ser peores que la institucionalización de los años 90.

Someter, aislar, encerrar son verbos propios de aquellas épocas; evitemos que estas acciones vuelvan a inocularse “sin querer” en las organizaciones y entre los profesionales. Ya que el confort que, a veces, da el tenerlo todo controlado puede ser a cambio de prescribir acciones que, disimulando cuotas de libertad, apuestan por un pensamiento único, totalitario y autoritario.

 

Barcelona 4 septiembre 2020

 

 

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