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ZURCIDOS DE VIDA

Encantada con sus pequeños tomates, me decía la abuela cuando iba al huerto con ella:

– !Mira ! fíjate que pequeñitos, mira cómo irrumpen con fuerza y con vida. Es maravilloso, la naturaleza es maravillosa.

Y con su mirada tierna como la de un niño y unas manos arrugadas que delataban sus nonagenarias primaveras, la abuela entrada en años, observaba con ternura los nuevos nacimientos de tomates del huerto.

– Admiro la vida, la primavera es maravillosa, todo nace, todo crece y se desfoga con la fuerza del vivir !

Y es que la abuela, a pesar de sus más de noventa años le encantaba vivir y lo hacia con la inocencia del niño que ve por primera vez el mar.

La primavera nos ensordece de vida y energia y la vejez nos recuerda que la vida está presente en cada detalle, en cada mirada, en cada saludo, en cada sonrisa.

La primavera generadora de luz , vida y nuevas miradas nos atrae y enamora. Cada día tiene más horas de luz, más horas de posibles relaciones familiares, de nuevas amistades, de risas, paseos y distracción.

La vejez, por ende, nos recuerda que cada hora de luz tiene su ratito de oscuridad, cada segundo de vida tiene su segundo de muerte, cada hora brillada tiene su hora opaca.

Me decía hace unos días un joven que estrena la treintena que le sorprendió un comentario que había leído en una de las redes que frecuenta y que decía que “venimos al mundo a perderlo todo “. “Pobrecillo”, pensé yo.

Cuando te das cuenta de la dimensión real de estas palabras es que ya has conseguido cierto grado de madurez y entiendes la profundidad de las mismas.

“Sólo llegando ya nos vamos yendo”, le dije yo.

De ahí la importancia de saber estar, de apreciar el presente y  valorar el “aquí y ahora”. Impregnarte de vida e impregnar de vida a los otros. De la esencia, del presente, del momento.

De la fugacidad del tiempo y de la imperiosa necesidad humana de atraparlo y atesorarlo como sea.

Cuando con mi edad en la madurez de la vida tienes hijos jóvenes, llenos de vida , proyectos y futuro y padres mayores llenos de recuerdos, historias vividas y de historias pasadas te sientes como el vector de conexión entre la vida y la muerte. Conectas intergeneracional mente edades bien distintas, paseos bien diferentes, velocidades bien opuestas y es lindo pensar que, en cierta manera, representas la rueda de la vida. Del nacimiento y la muerte. De la primavera al duro invierno.

Cierras procesos, cierras etapas, cierras ciclos vitales para abrir otros acompañando el devenir de la vida joven, inexperta, curiosa, que corre, aprende, tropieza, cae, se levanta y sigue corriendo, tropezando y aprendiendo.

Y mientras, en la madurez de la vida, miras hacia un lado y miras hacia el otro, acompañas a unos a paso lento y cansino, cansado de ir acumulando recuerdos y pasado y acompañas a otros que tiran de ti rápidos, veloces, a trompicones, saltando, corriendo, probando, curioseando, merodeando por la vida y viviendo la sedienta necesidad de aprisionar la entre sus manos.

Conectas vidas, generaciones y vives la tuya sabiendo que sumas y restas a la vez. Dejas ya cosas escritas, últimas voluntades que pueden ser cambiadas en los todavía, esperemos que lejanos días finales.

Pero hay algo bonito en todo ello. Te das cuenta de la inmensidad del acto de vivir el presente, custodiar el pasado y proteger un futuro encarnado por las nuevas generaciones.

Te das cuenta de la riqueza de lo fugaz, de lo pasajero; valoras la salud, el bienestar emocional, la tranquilidad del alma. Valoras la familia creada y dibujada a lo largo de los años de vida que nada tiene que ver con la familia de origen o con la familia que te dió la vida y te presentó al mundo.

La familia que tienes en la madurez es aquella creada, cuidada, soñada y vivida por ti. Algunos pertenecen a tu familia de sangre y de origen y otros son personas que has dejado sentar a tu lado en el largo camino de la vida y que nunca se han bajado y que tu has cuidado, querido y llorado para que no se fueran de tu lado.

Este enjambre de relaciones dulces y deseadas que tejemos a lo largo de toda nuestra vida va dando lugar a un tejido de relaciones de amor que nos envuelve y nos acaricia suavemente en la madurez.

Un tejido que como todos puede tener rotos, descosidos, rasguños y zurcidos, hilado con colores que quizás desentonan o incluso nos llegan a resultar cantones y molestos.

Y es que en la madurez, cuando ya hemos vivido muchas primaveras, resulta fascinante acoger lo que desentona con el ambiente pero le sienta muy bien a tu mundo interior.

Cuando la profunda experiencia de vida y de muerte cotidiana, da paso a la sincera y certera necesidad de ser honesta con una misma, la elegancia y el respeto de rodearte de quien necesitas, amas, deseas, alegras y satisfaces resulta una de la maravillosas realidades de la madurez vivida con encanto, dulzura, ternura y pasión.

Barcelona 26 abril 2021.

 

 

 

 

 

 

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