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SOLEDAD

Siempre me ha preocupado esa soledad que una siente cuando, rodeada de gente, de familia, de amigos , amigas y compañeras de trabajo, una se siente sola.

Ante la situación de pandemia en la que nos encontramos y en la que se indica que nos mantengamos juntos en nuestras unidades familiares de convivencia he pasado a replantearme quién son estas unidades familiares, quién las forma, quiénes las conforman, a quiénes permitimos que configuren esta familia y a quiénes, a pesar de que no convivan con nosotros les sentimos parte de nuestra unidad familiar querida y amada.

Vaya que esta nueva pandemia nos invita a desenpolvar términos históricamente utilizados y a dotarlos de un significado personal íntimamente ligado al sentimiento que nos genera esa persona o esa relación.

Es evidente, que se refieren a las personas con las que convives físicamente, pero es gracioso el término porque eso no son nuestras verdaderas unidades familiares de amor y respeto.

Hablemos un momento del respeto, tan violentado en estos últimos tiempos convulsos.

Dice Sennet en su maravilloso libro, El Respeto, que no solo es importante practicar el respeto hacia el otro, sino que además es importante manifestárselo. Es importante verbalizar que sientes respeto hacia aquella persona; que le tratas con respeto y que le debes un trato respetuoso. Y que ella lo pueda oir. Escuchar de alguien a quien aprecias: “con todos mis respetos porque realmente te respeto,….” es una maravilla para el alma.

Decirlo, comunicar nuestros sentimientos y emociones hacia aquellas personas que sentimos profundamente que forman parte de nuestra unidad de convivencia. A pesar de no convivir habitualmente con ellas o ellos, les sentimos que forman parte de nuestras personas “amarillas” como dice Albert Espinosa. Son aquellas personas a las que sentimos como refugios emocionales.

Que bonita esta palabra: “refugio”, del latín refugiare significa aquel lugar que nos ofrece amparo, cobijo, protección. Aquellas personas que nos ofrecen resguardo, que nos dan acogida, nos “libran” de todo mal, como dice la oración del Padre Nuestro.

La soledad en tiempos de máxima conexión

Te sientes que llegas a puerto donde encuentras cobijo. Y no siempre físico. Encuentras cobijo mental, amparo del alma, alivio anímico y protección total.

Cuando aparece esa soledad de la que hablo inicialmente, y de la que países como el Reino Unido https://revista-triodos.com/ministerio-de-la-soledad/ han hecho todo un Ministerio para que se ocupe del diseño de políticas sociales y sanitarias que eviten la soledad, cuando aparece este sentimiento de soledad que te conecta con la vulnerabilidad y fragilidad más primitiva del ser humano pocas cosas podemos hacer.

Hay que respetarlo, sentirlo, llorarlo y abrazarlo.

Pues bien, cuando aparece este tipo de sentimiento pero, a la vez, tienes la suerte de  contar con media docena de “personas refugio” que, formando parte de tu unidad de convivencia o no, forman parte de tu refugio personal, de tu unidad familiar escogida por ti, te sientes a salvo.

Te sientes que llegas a puerto donde encuentras cobijo. Y no siempre físico. Encuentras cobijo mental, amparo del alma, alivio anímico y protección total.

A veces, algunas veces, la vida nos pone a nosotros en el papel de ser “personas refugio” de alguien; pareja, compañeras, hijas, amigos, hijos, nietas, vecina, etc. Alguien nos hace sentir “refugio” de su alma encogida y dañada y es entonces cuando la fragilidad del otro nos muestra nuestra auténtica plenitud, cuando el sufrimiento del otro nos permite la experiencia de ser altamente significativos en la vida de esta persona.

Y es en este juego de identificaciones y de encaje de vacíos y de carencias humanas donde surge la necesidad del otro y donde reside la esencia del sentimiento básico del amor y del cuidado. Del cuidado de uno y del cuidado hacia el otro. Y este cuidado personal, familiar, de amigos, incluye cómo no el cuidado de la soledad. O al menos, del sentimiento de sentirse solo.

Un sentimiento que puede ser efímero o perdurar en el tiempo; un sentimiento que puede traer tristeza o ansiedad, desconcierto, confusión y llegar a la depresión si este dolor se instala demasiado tiempo y permanece anclado en nuestro mundo interior.

Los motivos para sentir esa soledad a la que me refiero en este texto pueden ser tantos que no me caben ejemplos en estas reflexiones, pero hay uno que para mí es brillante y poderoso: sentir que el otro no se hace cargo de uno, no escucha y por tanto no acompaña en el dolor o el malestar.

Hay formas de escuchar al otro que banalizan lo que se explica, diluyen su dolor y lo remiten al correo de salida. Están pero no escuchan y si lo hacen, derivan lo oído al cajón de sastre o del des-astre relacional, donde nada tiene orden , ni concierto, ni significado.

Así pues, como el pajarito pitirrojo que ilustra el artículo, que se posa, escucha, mira, comprende, atesora y sigue su camino, posémonos con delicadeza de autor a observar , admirar y deleitarnos con la presencia de quien amamos, forme o no, parte de nuestra unidad de convivencia diaria.

Cuántas soledades dejarían de existir si nos sintieramos alumbrados por la luz y la calidez de la mirada de un otro, por el brillo de su interés y por la magia del descubrimiento de quienes somos.

 

Barcelona, 30 septiembre 2020

 

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