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DOLOR DE ALMA

“ ¿ Y qué es eso, abuelo? –preguntó el niño curioso y atrevido-.

– Hijo, es un dolor invisible que a veces duele como si te clavaras agujas de coser en el corazón.

– Ponte una tirita , abuelo – le dijo su nieto-.

– Cielo, una tirita cura heridas pequeñas , el dolor de alma suele referirse a heridas de las grandes, desgarradoras, que rompen el corazón.

– ¡¡ Abuelo, el corazón no se puede romper !! tiene que durar siempre…

– ¿Sabes, hijo ? el corazón puede arrugarse como una hoja de papel, encogerse como un gusanito de bola y también romperse…. puede romperse en añicos …

– ¿Y no se puede pegar, abuelo ? …los trocitos de corazón roto ¿los podemos volver a enganchar, abuelo ?

– Hijo, los volvemos a enganchar siempre, siempre, sino el corazón no podría volver a funcionar pero a veces es como si estuviera en el taller reparándose. Está roto, duele, se encoge el alma, se parte en trocitos y lo recomponemos como podemos, como sabemos y como nos han enseñado.

– Abuelo ¡ enséñame a pegar los trocitos de corazón roto, porfi !

Y a partir de aquí escribiré en femenino en honor al día de hoy y a todas nosotras, a quien se nos atribuye más dolor de alma que a ellos.

Mal atribución y peor distribución. Si bien, la atribución que durante siglos venimos sufriendo sí que nos ha transformado en expertas detectoras del mismo.

Dolor de alma, aquel que no se ve pero se siente, que no se puede pesar pero pesa, a veces, como una losa que aplasta la vida, que no aparece en las analíticas porqué no se le puede dar un valor numérico. Que no sale en las radiografías porqué no se deja fotografiar y que no lo encontramos en las resonancias magnéticas porqué se esconde tras los huesos, la musculatura, los órganos vitales, las venas, arterias y debajo de la piel.

Lo envuelve todo sin ser visto por nadie.  El dolor de alma lo invade todo, todo nuestro ser y duele todo, todo nuestro ser.  Es un tipo de dolor incómodo que incomoda al otro saber que una, lo sufre.

En la familia y en la escuela ponemos el acento en aprender a leer, escribir sumar , restar y multiplicar y otras obligaciones académicas. Operaciones todas ellas necesarias para el desarrollo humano e imprescindibles para el desarrollo personal.

Pero hay asignaturas pendientes que reclaman aprobados urgentes !!

Escuela, familia y sociedad suelen ser, todavía, bastante miopes emocionalmente y si bien, ante la miopía visual revisamos la vista y la gente se compra las gafas necesarias para ver mejor, ante la miopía emocional una suele ponerse parches de ojo vago, no para ejercitar el ojo que no se atreve a ver, sino para tapar lo que se siente y no se quiere ver.

¿Os habéis preguntado alguna vez la diferencia entre mirar y ver ?

Cuantas veces he oído en mi despacho como profesional del trabajo social o en casa como madre de mis dos hijos, ahora ya, dos jóvenes con suficientes capacidades y competencias para hacer frente a su mundo emocional, “es que no me ve !!” me dicen algunos pacientes….

Y es que a veces, en la vida, miramos a la otra persona y estamos viendo en su sufrimiento y dolor emocional nuestra fragilidad y labilidad para hacernos cargo de nuestro software personal. Nuestra mochila de vida, nuestras carencias emocionales y nuestras impertinencias sentimentales y ante tanta maraña de abstracción relacional optamos por tapar, cerrar, no ver, disimular y negar.

El alma, en castellano, palabra de género masculino y en catalán, femenina, sustantiviza un ente abstracto pero potente; subjectiviza la experiencia relacional del vivir con una misma y en sociedad.

Séneca, en su libro La Tranquilidad el Alma nos habla de cómo el equilibrio es el factor básico para atemperar el desasosiego del alma.

El equilibrio entre el dolor y el placer, entre el sufrimiento y la felicidad, entre la locura y la cordura.

Ese equilibrio sanador es esencial para aliviar el dolor de alma, un dolor vago, tenue, difícil de localizar y más difícil de expresar, mostrar y respetar.

Nos dice Sennett en su maravilloso libro El Respeto, que es la actitud de escucha atenta del dolor del otro, la que cura. Ser capaces de escuchar con respeto el dolor del otro genera un sentimiento de humilde confianza en el ser humano.

La confianza básica de que hay un otro capaz de contener el dolor de nuestra alma.

A veces ocurre, y en esta pandemia lo estamos viviendo a diario que hay quien se convierte en talentosa experta de la escucha atenta. Mujeres, muchas de ellas, cuidadoras del bienestar del alma de hijos, padres, familiares, cónyuges, vecinas, amigas y otras. Reparadoras del dolor de alma de mucha gente.

Repartamos cariños y repartamos dolores, pues ningún género sabe más que el otro. Si practicamos la escucha atenta de nuestros dolores más humanos, más silenciados y más ocultos, más internos, más sentidos y desconocidos, niños, niñas, hombres, mujeres, futuros abuelos y abuelas conseguiremos equilibrar el dolor de alma con el placer de vivir, tanto de un género como del otro.

La igualdad entre ambos y la equidad entre humanos pasa también por poner palabras al malestar emocional de unos y de otras. Por escucharnos mutuamente con una actitud de respeto y atención al dolor de alma del otro.

Y por mostrarnos sencillamente, sinceramente y simplemente, nada más y nada menos que humanos.

Barcelona, 8 de marzo de 2021.

Dia Internacional de la Mujer Trabajadora

 

 

 

 

 

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