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EL IMPACTO EMOCIONAL, LA OTRA PANDEMIA TRAS LA COVID-19

De repente, de golpe, ha muerto ,. “¿Quién? cómo? por el virus? … Si “.
Ingresó y ha muerto. Cincuenta y cinco años. Padre de familia, joven, fuerte, deportista, sano. Ochenta y tres años, abuelo, casado, tres nietos, buena salud y ha muerto. Sesenta años, enfermera vocacional, un hijo, ha muerto.

Impacta la muerte súbita. Y nos estamos anestesiando. Recibimos estas noticias y ya no lloramos. Pensamos: “no me ha tocado !! y a los míos tampoco “. Muertes repentinas de personas desconocidas, anónimas, pero no para sus familiares. Noticias alarmistas y agitadoras de malestar social.”

Hablan de muertos y no de altas médicas. Pero dejaré este tema del poder manipulador de los medios de comunicación para otro artículo de opinión.
El duro golpe de una muerte súbita genera un fuerte impacto emocional. Se tambalea nuestro bienestar emocional porque resuena a la propia muerte. Imprevisible y desconocida, pero cierta y segura. Y más posible y cercana, cuando existen estresores que la potencian como la pandemia actual.

Ante esta pandemia, la sociedad del mundo globalizado, la vive con miedo y culpa. Miedo a infectarse, infectar a sus seres queridos y que alguno de ellos pueda llegar a morir. Y culpa ¡! por lo que puede significar transgredir la normativa de ir preparado y protegido, por lo que puede significar infectar sin saber cómo se ha infectado una persona del entorno más cercano y culpa por llegar a infectarte sin saber cómo, ni dónde , ni cuando, ni por qué.

Y ante tanto malestar emocional, la muerte. El adiós sin despedida.
Despedirse de alguien a quien amas no es un acto insignificante y gratuito. Despedirse, es aquel acto final en el que se cierra un proceso vital. Cuando alguien se va lejos, necesitas despedirte para saber que habrá un tiempo de separación física en el que no estarás cerca del otro, para compartir la experiencia del vivir.

Cuando una persona querida marcha para siempre, es instintivamente imprescindible y biológicamente necesario estar cerca de ella para despedirnos mutuamente. La persona que muere, con más o menos facultades intelectuales y cognitivas, tiene la posibilidad y la capacidad de decir adiós a sus seres más queridos.
Sea con una sonrisa, dándote la mano, unas lágrimas que resbalan por sus mejillas o con una mirada tierna que se apaga, la persona puede decir un “adiós”, “me voy”, “te amo”, “gracias”, “hasta aquí he llegado “,” cuida de los niños “,” sed fuertes “, etc. Miles de mensajes de amor y compasión suelen producirse en estos últimos momentos de la vida, con palabras o sin ellas.

Simplemente, si la persona está sedada y nos va dejando poco a poco, el propio cuerpo presente va dejando de latir, de respirar, de estar, de existir y ayuda al otro a decir “adiós”. La familia, los amigos, los vecinos más queridos, todos tienen la posibilidad de visitarle y agradecerle haber estado a su lado durante un tiempo vivido en su compañía. Las personas más íntimas y queridas pueden y tienen la posibilidad de despedirse sentidamente de esa persona, que ocupa un lugar importante en su mundo interno.

Necesitamos estos momentos de recogimiento y conexión profunda con la persona amada para cerrar etapas, para cerrar el proceso de vivir con la compañía de aquel ser querido.

Los vínculos que generamos los seres humanos, mamíferos de condición natural, reclaman a gritos estos momentos de comunión con el otro para vivir una pérdida tan sentida como la muerte. Psicológicamente y emocionalmente es necesario e imprescindible comprobar la pérdida, acoger el malestar y dar salida a las diferentes expresiones de dolor que tiene el ser humano.

Hoy el Covid-19 nos arranca de raíz a nuestros familiares más queridos y estimados. Ingresan en el hospital y puede que no los volvamos a ver nunca más. Ingresan con vida y quizás salen difuntos dentro de un discreto ataúd. Solo en las guerras o los exilios, la muerte se vive tan fría, anónima y distante. Y congeladas quedan las emociones cuando, todo este proceso de duelo que reclama ser transitado y vivido, no se permite realizar.

Cuando termine esta pandemia recibiremos más noticias de gente que murió por el maldito virus.

Cuando termine esta pandemia empezará otra.
La del malestar emocional de todos. Ya podemos ir buscando y encontrando fórmulas para atender la salud mental de los sanitarios extenuados de tanto trabajo sin descanso, muchos de ellos muy jóvenes. Habiendo asistido a cuadros de extrema dureza humana diaria, con numerosas muertes en las UCIs de los grandes hospitales y habiendo sentido durante demasiados días, la frustración e impotencia por no ser capaces de salvar vidas humanas que se han escurrido entre sus manos.

Y la de las hijas e hijos, parejas, amigos y vecinos de gente que se ha ido sola.
Que ha muerto en la frialdad de una sala de hospital o en la cama de una residencia geriátrica sin nadie a su lado. Solos, solas, jóvenes, viejos, infectados por un virus que ha venido a poner distancia, frialdad y soledad en nuestras vidas y en nuestras muertes.

El des confinamiento próximo debe preparar para una nueva situación social y comunitaria. Los cuadros de ansiedad y depresión postraumática ante las pérdidas de puestos labroales y crisi económica existente ya los vemos aflorar. Como reacción propia a la pérdida son totalmente naturales y denotan una slaud mental propia del sujeto que reacciona de forma coherente a su dolor.

También creo, sin embargo, que debemos estar preparados y ser conscientes y hábiles en detectar que todos nosotros, nuestros niños y niñas, los padres, los jóvenes y adolescentes, las personas mayores y la vejez que lo haya superado estaremos viviendo un duelo postraumático porque ha sido traumático, difícil y duro lo que la Covid-19 nos ha obligado a vivir.

Todos hemos vivido las limitaciones de un encarcelamiento impuesto, despidos laborales no previstos, teletrabajo conciliado con las funciones parentales de hijos muy pequeños. Conciliado con la formación on-line que se ha obligado a hacer desde los domicilios. Conciliado con una gestión impecable del mundo emocional de los niños y niñas que inexplicablemente han tenido que soportar un duro confinamiento.

Todos hemos vivido y continuaremos viviendo durante un tiempo el control social que ejercemos, sin ser conscientes, del vecino que sale, de los que mantiene los dos metros de distanciamiento, los que llevan o no mascarilla y guantes, de lo ocurrido con el virus, del que es positivo o negativo.

La desconfianza y el temor hacia el otro se instalará durante un tiempo con nosotros.

Muertes desoladas, población atemorizada, el impacto de la pandemia del Covid-19 es grande, grave y demoledora. Ha dejado a la población aturdida por un golpe bajo de imprevisibles consecuencias y ha visto, de repente, como la salud mental es un bien común de incalculable valor.

Cuando pase la tormenta que salga el sol pronto y nos ilumine a todos para crear nuevas maneras de hacer, atender y conservar la salud mental de la población, que la tiene y la proclama con su resiliencia propia de toda comunida. El grupo, la tribu cosnuela y clama, Las redes naturales e informales de amigos, familia y vecinos sostienen el dolor vivido por todos , de igual manera y comparte aquello que nos hace únicos: la común-idad.

Os dejo con un maravilloso poema:

Cuando pase la tormenta
Cuando la tormenta pase
Y se amansa los caminos
y seamos sobrevivientes
de un naufragio colectivo.

Con el corazón lloroso
y el destino bendecido
nos sentiremos dichosos
tan sólo por estar vivos.

Y le daremos un abrazo
al primer desconocido
y alabaremos la suerte de
conservar un amigo.

Y entonces recordaremos
todo aquel que perdimos
y de una vez aprenderemos
todo lo que no aprendimos.

Alexis Valdés

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