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EMOCIONES CONFINADAS

“La primera semana de confinamiento sentía una serie de emociones extrañas , que aparecían de golpe y que me hacían tambalear” le explicaba a una amiga. Y ella se puso a llorar: “Tengo miedo” me confesó.

Y es que situaciones sociales así, nos remiten a la vulnerabilidad básica del ser humano. El ser humano, omnipotente y poderoso, se halla ante un virus microscópico pero de efectos letales, que nos hace recluirnos velozmente dentro del hogar. Un sistema inmunológico indefenso, un sistema sanitario limitado y un sistema de atención social débil y frágil hace que millones de personas quedemos perpetradas dentro de los domicilios, encerrados entre paredes físicas conocidas por todos nosotros.
Sin embargo, lo que desconocemos es entre qué límites emocionales y relacionales esta situación pandémica sitúa al ser humano. Rodeados de medios de comunicación empeñados en transmitir miedo y alarmar a la población, para que se quede en casa, rodeados de gobiernos centrales y autonómicos que transmiten indecisión y se muestran indefensos, de comunicados sanitarios que varían cada día y de países vecinos que, siguen comportamientos diferentes ante el mismo virus, hace que la población esté confundida y desolada.
La confusión, la desorientación, la incredulidad, etc y todas aquellas emociones y sentimientos desconocidos para todos nosotros nos invitan a reaccionar de manera también desconocida.
El llanto, la rabia, la crispación fueron expresiones de emociones muy propias de los inicios del confinamiento.
El miedo, la culpa y el pánico aparecieron cuando iba aumentando el número de muertos, aumentaba la confusión de dónde y cómo nos podíamos infectar y aumentaba también, la distancia relacional entre todos nosotros y las multas por desobedecer las indicaciones a las que obliga el estado de alarma.
ERTOs y posibles despidos aparecen en la tercera semana, de forma repentina. Salud y sueldo, las dos premisas básicas para ser feliz. Salud y sueldo, de repente, de golpe y por imposición de otros, las hacen tambalearse y pueden poner en peligro a cualquier ser humano. ¿Qué hacemos si perdemos la salud? qué hacemos si perdemos el trabajo? Y todo ello, de repente y de forma impactante. ¿Qué nos queda? A dónde nos refugiamos? ¿Qué será de nosotros y del futuro de nuestros hijos ?!

No creéis que es profundamente impactante que en tres semanas una persona pueda pasar de estar sana a estar infectada y a las puertas de la muerte, pierda el trabajo y viva en un caos y desorientación total? Y es que un bichito microscópico tiene que venir a recordarnos que somos terriblemente vulnerables, que morimos por una neumonía bilateral y la falta de respiradores, que encima morimos solos y sin compañía. Sin poder hacer algo tan humano como puede ser despedirnos de los nuestros y agradecerles lo que han hecho por nosotros.
Terriblemente frío, terriblemente dantesco, terriblemente inhumano.
Por suerte, el ser humano que necesita calor y confort para crecer y desarrollarse aplaude a sus sanitarios cada día en reconocimiento de los cuidados y el cuidado que todos necesitamos. Los patios interiores se llenan, cada noche, de aplausos, de gritos de alegría, de tenernos unos a otros, de la generosidad y la solidaridad que nos permiten tener desde el confinamiento.
Porque es desde la reclusión y el confinamiento de emociones, desde donde el ser humano siente y reconoce que necesita de los demás. En la distancia física relacional es desde donde se da cuenta que, necesita imprescindiblemente e irremediablemente del abrazo del otro, del beso del otro, de la sonrisa del otro, del saludo amistoso del otro, de sus palabras y su confort.

En fin, del reconocimiento de que el otro existe. De que uno existe. De que estamos !!

El abrazo es una de las expresiones humanas, en mi opinión, más aliviador y balsámicas que existen, calma la angustia y el sinvivir. No hay nada más aliviador del malestar que sentirte entre los brazos de alguien que te quiere, te cuida y te reconoce como alguien importante de existir.

El abrazo no deja de remitirnos al bienestar total que sentíamos mientras nos alojábamos en el vientre materno. Un abrazo total de nuestro ser, deseado, cuidado, alimentado, acurrucado y protegido. La huella de lo vivido se reactiva en cada abrazo que nos dan o que damos.Porque amar al otro también resulta ser sumamente reparador y reconstituyente de nuestro mundo interior. De nuestras necesidades más humanas y primitivas. De sentirnos vivos y sentirnos queridos.
Este confinamiento nos pone a prueba, a todos, sin haberlo pedido, o sí … de ser conscientes de las necesidades más básicas del ser humano. De ser conscientes de que tenemos que tener cuidado de nuestra salud física, mental, emocional y espiritual. Tener cuidado de nuestro patrimonio humano, del capital humano que tenemos entre manos.
Ser conscientes del factor tiempo, como un valor en crisis y que al igual que el virus que nos infecta, nuestro tiempo queda contaminado por miles de inputs externos que hacen que quede reducido a la más mínima expresión. Que quede en manos de los demás, de los especuladores e inversionistas de nuestro tiempo.

No tengo claro si cuando termine el estado de alarma y podamos salir con libertad a ala calle, iremos abrazando a la gente, felicitándola por estar viva o sonriéndonos gratuitamente o será justo al contrario.

Habremos perdido la confianza entre nosotros y nos miraremos con rencor porque alguien nos infectó o porque podemos ser posibles portadores del maldito virus.

 

 

Barcelona 3 abril 2020

 

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